lunes, 26 de septiembre de 2016

PerúSAT-1, Puesta en Órbita del Primer Satélite Peruano [Especial ]


A las 20.43 horas del 15 de setiembre, hora local, se inició la era espacial del Perú con el lanzamiento de PerúSAT-1, el primer satélite peruano, que permitirá obtener valiosas imágenes que servirán para el desarrollo del país en diversos campos. A la hora señalada desde el puerto espacial de Kourou, en la Guayana Francesa, se dio el histórico lanzamiento que coloca a nuestro país en la historia espacial del mundo. El lanzamiento del PerúSAT-1 es monitoreado desde el Centro Nacional de Operaciones de Imágenes Satelitales, ubicado en Pucusana, pero el primer contacto se dará recién a la medianoche. La primera imagen se obtendrá la próxima semana pero el satélite estará al servicio del país la última semana de noviembre o primera de diciembre, informó el jefe de Operaciones del Cnois, coronel Edgar Guevara Contreras. Explicó que el satélite de observación de la Tierra permitirá obtener imágenes del territorio peruano para ser empleada en múltiples aplicaciones como la protección de los bosques, mejorar la cartografía, en temas de defensa, en casos de desastres naturales y otros. Podremos también saber si hay cambios en el territorio, si se ha construido una pista clandestina de aterrizaje y para conoer si algún sector del territorio nacional está siendo depredado , comentó en declaraciones a la agencia Andina. Agregó que después de su lanzamiento a través del cohete Vega de la empresa Arian Space, el satélite será maniobrado desde Pucusana para que quede en su órbita final.
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Día Histórico: El Primer Satélite Peruano lanzado al Espacio


Día histórico, el Perú lanza al espacio su primer satélite submétrico.

lunes, 5 de septiembre de 2016

Cáceres, Bolognesi y Ugarte juntos en la victoria de Tarapacá




Por primera y única vez, en la Batalla de Tarapacá estuvieron juntos los hombres que, con los años, serían los héroes emblemáticos de la defensa peruana en la guerra con Chile y cuyos nombres hoy se veneran en los libros de historia.
Como lo héroes griegos convocados de diferentes ciudades para ir a luchar contra Troya, los coroneles Andrés Avelino Cáceres, Francisco Bolognesi y Alfonso Ugarte llegaron de diferentes puntos del Perú para confluir en Tarapacá, un pueblo alejado en el extremo sur peruano, pero que entonces era el centro de la mayor riqueza nacional: el salitre.
El coronel Francisco Bolognesi, de 62 años, fue enviado desde Lima, como jefe de la II División. De padre italiano y madre peruana, Bolognesi se encontraba en la paz del retiro al iniciarse el conflicto armado.

Considerado el mejor artillero de su época, tanto que fue enviado dos veces a Europa para la compra de cañones para la defensa del Callao, el viejo coronel pidió ser reincorporado a filas apenas se hizo oficial la declaratoria de guerra de Chile.
Participó en las acciones para poner al ejército en pie de guerra y, por su méritos, se le entregó el mando de tropas. Poco después, en mayo partió a bordo del convoy naval que, protegido por el Huáscar y la Independencia, partió con el presidente Prado y parte del ejército rumbo a Arica.

De allí partió a Iquique, donde se puso bajo el mando del general Juan Buendía, jefe de los ejércitos aliados del sur. Austero, reservado y disciplinado, el viejo oficial limeño participó desde ese momento en las principales acciones terrestres.

Del Cusco al sur

Diferente fue la ruta del coronel Andrés Avelino Cáceres, quien se encontraba con el cargo de comandante general y prefecto del Cusco al estallar el conflicto. De activa y fulgurante carrera militar, Cáceres era en esos años uno de los jefes más populares del Ejército Enrolado en el Ejército por el mariscal Castilla, el bravo soldado ayacuchano participó en las dos revoluciones castillistas y se ganó sus ascensos, literalmente, a punta de balazos. En el asedio y posterior asalto de Arequipa, en 1858, recibió un balazo en la cara que le dejó una pronunciada marca. Poco faltó para que pierda el ojo izquierdo.
En 1874, una asonada militar en el antiguo cuartel de San Francisco volvería famoso a Cáceres Dorregaray, con la sublevación de sargentos del Batallón Zepita, quienes con la tropa pretendieron ganar la calle a tiros.

En esos momentos, el jefe del batallón no se encontraba y Cáceres, que era el sub-jefe, sin perder un minuto y revólver en mano, salió al patio, siendo recibido a balazos por los sublevados. Se inició entonces un feroz tiroteo que sobresaltó a todo Lima. Durante más de tres cuartos de hora, Cáceres, con apoyo del alférez Samuel Arias Pozo y un retén de soldados se enfrentó a los sediciosos.
En el fragor del tiroteo, según relata Basadre en su Historia de la República, el cañón del revólver de Cáceres se recalentó hasta quemarle la mano y este debió cambiar de arma, justo en el momento que el sargento cabecilla del motín estaba a punto de matarlo, pero el futuro héroe de la Breña reaccionó como un felino y un certero pistoletazo abatió al rebelde.

Con esta impresionante foja de servicios, Cáceres salió del Cusco al mando del Batallón Zepita, con destino a Arica, donde junto al Batallón Dos de Mayo se formó una división, que fue puesta bajo su mando en Iquique.
El bautismo de fuego en el conflicto con Chile se dio el 2 de noviembre de 1879, en la defensa del puerto de Pisagua, que era defendido por unos 800 bolivianos y 500 peruanos, entre soldados y guardias nacionales, contra los que fueron enviados quince buques de transporte con más de diez mil hombres.

El millonario de Iquique

Al iniciarse la guerra el 5 de abril de 1879, el millonario Alfonso Ugarte Vernal tenía la edad de Cristo, 33 años, y se preparaba a partir en viaje de negocios a Europa, a nombre de su firma Ugarte y Zeballos.
Por el lado paterno y materno, el joven Ugarte manejaba importantes negocios, entre los que destacaba la administración de explotaciones salitreras. En contra del sano consejo de su madre, doña Rosa Vernal Carpio, quien le rogó que no postergara su viaje a Europa, el joven Alfonso decidió quedarse y, de su peculio, vistió y armó al batallón Iquique No 1, integrado por obreros y artesanos.
Natural de esa hermosa ciudad al pie del Pacífico y en medio del desierto, Alfonso Ugarte nació en Iquique en 1847 y conocía a fondo el espíritu chileno, pues había estudiado en los mejores colegios de Valparaíso, donde además consolidó buenas amistades.

Al iniciarse de la guerra, sin embargo, como peruano ejemplar y digno de imitación, Ugarte Vernal no se fue ni delegó su compromiso en otras personas y, dejando a un lado su poder económico, se sumó a las filas de oficiales, suboficiales y soldados que salieron en defensa del Perú.

Juntos por la patria

Cáceres, Bolognesi y Ugarte, junto con otras decenas de insignes soldados –entre los que se pueden mencionar a Arnaldo Panizo, Belisario Suárez, Justo Pastor Dávila, Miguel Rios y otros tantos-, presionados por la falta de abastecimientos y no quedar atrapados, abandonaron Iquique rumbo al norte.
En ese trayecto sobrehumano, por sobre el implacable desierto del Tamarugal tarapaqueño, debieron combatir primero en la batalla de San Francisco –o Dolores para los chilenos-, que se perdió por la anarquía aliada al iniciarse el combate y también por el abandono de Daza y su ejército boliviano.

Luego vendría la Batalla de Tarapacá, donde nuestros tres héroes se sobrepusieron a todas las limitaciones y salieron al frente, a luchar o morir. Cáceres lo hizo como jefe de la 2º División, que incluía a los batallones Zepita N°2 al mando del teniente coronel Andrés Freyre (450 hombres), 2 de mayo (380 hombres) y la columna de artilleros (100 hombres).
Bolognesi, al mando de la 3era División, mandaría en la lucha a los batallones Ayacucho N° 3 (300 hombres), Guardias de Arequipa (380 hombres). Se debe enaltecer que Bolognesi, al iniciarse la batalla, se encontraba enfermo, con fiebres, pero aún asi se presentó a combatir y una bala chilena le destrozó los zapatos. Entonces dijo encorajinado: “Las balas chilenas solo llegan a las suelas”.


Alfonso Ugarte, al mando de su batallón Iquique, de 300 plazas, integró la 5ta División que mandaba el coronel Ríos. Ugarte, sin ser militar de carrera, peleó con denuedo contra la caballerías chilena y fue herido en la cabeza por un balazo, pero no se retiró de la lucha hasta que terminó luego de más de ocho horas. Asi escribieron con su sangre esa página de la historia peruana.




Cáceres, el Brujo de los Andes, derrotó 4 veces al ejército de Chile


Cáceres inició su carrera militar a los 19 años, en su natal Ayacucho, y luchó en las batallas más importantes desde el inicio de la guerra


Siempre vencedor, jamás vencido, reza el lema del Ejército de Chile, una fanfarronada, sin duda, porque el general Andrés Avelino Cáceres, el famoso Brujo de los Andes, los derrotó varias veces, primero en Tarapacá, y luego en el valle del Mantaro, en los combates de Pucará I y II, Marcavalle y Concepción, sin contar otras heroicas acciones durante la infausta Guerra del Pacífico.
Cáceres fue el símbolo y el motor de la resistencia peruana, el jefe incansable que, con una herida de bala en la pierna, abandonó su refugio en un templo limeño y se fue aún convaleciente a la sierra, con la sagrada misión de organizar la resistencia de la patria al ser invadida Lima por el ejército chileno.

Pero la historia militar de Cáceres no empieza en esos luctuosos días de 1881. El bravo soldado nacido en Ayacucho, en 1833, fue desde sus años mozos un elegido por Marte, el dios de la guerra. Según el mismo lo reveló en su ancianidad, el propio Mariscal Castilla le vaticinó una exitosa carrera con las armas.
“En 1854, acababa de estallar la revolución contra Echenique, provocada por los escándalos de la corrupción del guano. De todos los rincones del país, se sumaban las adhesiones. En Ayacucho, mi tierra natal, don Ángel Cavero, uno de los vecinos del lugar, encabezó el movimiento rodeado de simpatía popular. Muchos jóvenes nos presentamos voluntarios a filas”, reveló al diario La Crónica en la entrevista que le hicieron el 27 de noviembre de 1921, por el 42 aniversario de la Batalla de Tarapacá.


Los inicios

“Yo contaba 19 años –prosigue su relato-, estudiaba en la universidad de Huamanga y era de los más entusiastas. Nos apoderamos de la gendarmería. Luego llegó el ejército rebelde, en donde terminé de enrolarme. Entonces el general Castilla, a quien sin duda caí­ en gracia, me llamó a su despacho y me dijo: “¿Quieres seguir la carrera?”, “Sí­, señor, es mi mayor deseo”, le contesté con aplomo. Entonces, me respondió, palmeándome la espalda, “serás un buen guerrero”.
Y sí que fue un combatiente excepcional, resuelto y valiente, siempre bajo las banderas revolucionarias de Castilla, con quien tuvo su bautizo de fuego en la Batalla de Las Palmas contra Echenique, a los pocos meses de enrolarse.
Luego participó en las tres batallas de la guerra civil contra Ignacio de Vivanco entre 1856-58 y que culminó con el cerco y la toma de Arequipa, entre el 6 y 7 de marzo de 1858, ganándose el ascenso a capitán.
Durante los combates casa por casa que se realizaron en Arequipa, el teniente Cáceres participó con arrojo y denuedo hasta que un balazo le hirió en el rostro, en la parte baja del ojo derecho, felizmente sin comprometerle la visión, pero dejándole una marca visible que le daba apariencia de ser tuerto.



Al iniciarse el conflicto con el Ecuador al año siguiente, porque el país norteño había vendido a acreedores europeos una extensa porción de territorio peruano, Cáceres fue uno de los primeros en ser enviado al frente de batalla y que culminaría con la ocupación militar peruana de Guayaquil, en 1860.
Al inicio del gobierno del general Antonio de Pezet, fue enviado como adjunto de la legación peruana en Francia, que estaba al mando de Pedro Gálvez Egúsquiza. En la Ciudad Luz se sometería a tratamiento médico para la cicatrización de su herida en el rostro.


Al retornar a Lima, en 1862, el alto mando del Ejército lo envió como integrante del staff de jefes del Batallón Pichincha, que tenía su sede en Huancayo.
Cáceres, que hablaba perfectamente el quechua y se identificaba plenamente con la población rural andina, se encargó exitosamente de reclutar, disciplinar y dirigir soldados enrolados de las comunidades indígenas, una práctica que veinte años después volvería a realizar para levantar un nuevo ejército para luchar contra el invasor chileno en 1882.

La amenaza española

Al mando del Batallón Pichincha, Cáceres volvió a Lima y se ganó un nuevo ascenso, en 1863, cuando le dieron los galones de sargento mayor, cargo que hoy sería el de mayor.
Ese año, la soberanía e independencia del Perú volvería a estar en peligro, esta vez por la amenaza de la mal llamada Expedición Científica enviada por España a bordo de poderosos buques de guerra y que, con pretextos fútiles, se hizo del dominio de las islas Chincha y exigió el pago de millonarias reparaciones por supuestas deudas que se remontaban a los años de la independencia.
Pezet cometió el error de suscribir el Tratado Vivanco-Pareja, por el cual el Perú aceptaba las exigencias de España. Apenas conocido el alcance del Tratado, una ola de repudio se extendió por todo el país y el impetuoso oficial Cáceres hizo público su rechazo al gobierno.


Por su férrea oposición, junto a otros militares y civiles, fue expulsado a Chile, pero pronto se uniría la revolución que encabezaría en Arequipa el coronel Mariano Ignacio Prado y que expulsaría del poder a Pezet. Poco después, con apoyo de Chile, Ecuador y Bolivia, el Perú le declaró la guerra a España.
Este conflicto tuvo su punto culminante en el Combate del Dos de Mayo de 1866, en el que Cáceres participó al mando de 76 hombres en el fuerte Ayacucho, desde donde cañoneo e hizo disparos de fusilería contra las naves españolas Villa de Madrid y Berenguela.

En el parte de guerra que se hizo tras finalizar el combate, el coronel José Joaquín Inclán, jefe de las baterías del Norte en el Callao, destacó el esfuerzo del oficial Cáceres, a quien calificó como un militar “resuelto y decidido”.

Agro y matrimonio

En 1868, el recio soldado decidió volver a Ayacucho y dejar el rudo servicio de las armas para coger el arado y cosechar la tierra. Es por esos años que, ya con el rango de teniente coronel conoce a la joven iqueña Antonia Moreno Leyva, con quien contrae matrimonio en 1870 y son padres de tres hijas: Aurora (con los años escritora), Rosa Amelia y Lucila Hortensia Cáceres Moreno.
La paz del agro ayacuchano y las mieles del matrimonio, sin embargo, no apartarían definitivamente a Cáceres de su vocación militar, pues retornaría al servicio activo en 1872.

Aunque militar, como Grau, Cáceres era respetuoso de la constitucionalidad y sería uno de los opositores al sangriento golpe de estado de los hermanos Gutiérrez contra el presidente Jos;e Balta, al que asesinaron. En esos luctuosos dias se volvería un decidido partidario del presidente recién electo, Manuel Pardo, y cuyo ascenso al poder se trató de impedir con el golpe de estado.
Grau y la Marina tampoco apoyaron la revolución de los Gutiérrez y el pueblo limeño lincharía y quemaría los cadáveres de tres de los cuatro hermanos que trataban de mantener el predominio de los militares en la conducción del país.

Superada esta traumática página de la historia peruana, Cáceres reiniciaría entonces su carrera castrense y pronto se haría famoso demostrando su temple y bravura a balazo limpio. 

Contra Pezet y España

El presidente Juan Antonio Pezet ordenó la compra del Huáscar, la Independencia y las corbetas La Unión y América, además de enviar al coronel Francisco Bolognesi a comprar cañones para afrontar la amenaza de la flota española. Lamentablemente suscribió el Tratado Vivanco- Pareja, aceptando las humillantes condiciones impuestas por España. Cáceres volvería de Chile para unirse a los revolucionarios que, bajo el mando de Prado, derrocaron a Pezet y luego derrotaron a la flota española el Dos de Mayo de 1866.

Era alto y robusto, de aspecto imponente

El historiador Jorge Basadre, en su Historia de la República, da la siguiente descripción del famoso Brujo de los Andes: “Cáceres era alto, delgado, ancho de hombros, de aspecto imponente, de rostro enjuto y blanco, ojos grises y casi negros y una permanente cicatriz en el párpado derecho, cabello castaño, largo, poblado y entrecano y espesas patillas “a la austriaca”, pues se afeitaba la barba desde el labio inferior hasta la garganta. Para la guerra en el interior tenía extraordinarias condiciones. Su salud robusta, lograba soportar las incesantes marchas a través de largas distancias por cordilleras, desiertos, quebradas y barrancos, así como las peores privaciones, y por ella llegó a veces a alimentarse con la más extrema frugalidad. Incansable en su actividad, valiente en la lucha, eficaz en el comando, tenaz ante el infortunio, luchó con los chilenos y también con la escasez de recursos, con los rigores de la naturaleza, con la saña de las facciones políticas, no sólo en guerra declarada como primero ocurriera con tropas de García Calderón, luego de Piérola, y por último, de Iglesias, sino también en hostilidad aleve, como en el caso de los políticos de Arequipa. Conocía el idioma indígena y con él sabía inspirar devoción y coraje a sus soldados. Solían llevar ellos los sombreros o kepis con funda encarnada y cubrenuca blanca, origen del famoso kepí rojo, más tarde cantado por el poeta Ricardo Rossel.”

La palabra de Castilla

El joven Andrés Avelino Cáceres se enroló en 1854, para combatir en las filas liberales de Castilla contra el presidente Rufino Echenique, cuyo gobierno era repudiado por el despilfarro y la corrupción con los recursos públicos.
Castilla, con su peculiar estilo, le vaticinaría un carrera militar exitosa, como recordaría el propio Cáceres en su ancianidad. Echenique sería derrotado en la sangrienta Batalla de Las Palmas, el bautizo de fuego del futuro Brujo de los Andes.




 


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