domingo, 8 de febrero de 2015

EL HUASCAR combate y derrota a dos naves inglesas en Pacocha




Atado su destino a Bolivia con la alianza defensiva de 1873, el Perú se olvidó de fortalecer sus defensas militares, debido a la profunda e irreconciliable división política, y también por la aún más honda crisis económica que llevó al país a ser declarado en bancarrota en las vísperas mismas de la guerra con Chile.

Tan estrecho estaba el presupuesto, y tan poderosos eran los intereses de los consignatarios del guano que, a cinco meses de iniciado el gobierno de Balta, a mediados de 1868, se quedó sin ministro de Hacienda y nadie quería aceptar el cargo. Con los primeros días de 1869, sorpresivamente se nombró a un joven abogado, ex seminarista, de solo 30 años, Nicolás de Piérola.

Con Piérola se llevó adelante la decisión de romper “el odioso sistema de las consignaciones” del guano y entregar a una casa extranjera la venta directa en Europa, a cuenta de créditos al estado peruano. Los consignatarios, que no eran niños de pecho, presentaron dura batalla contra este sistema.

Contra viento y marea, se firmó el contrato Dreyffus, el 5 de julio de 1869 en París, que supuso la venta inmediata de dos millones de toneladas de guano, que representaban por el primer contrato un desembolso de dos millones 400 mil soles y luego la entrega de 700 mil soles cada mes.

Un tormentoso debate encendió las pasiones en el Congreso y las calles: los poderosos consignatarios nacionales del guano opusieron tenaz resistencia política e iniciaron una batalla jurídica ante la Corte Suprema, reclamando por lo que llamaban la vulneración de sus derechos.

Finalmente, tras un año intenso y acalorado de debate, la Cámara de Diputados aprobó por 63 votos contra 33 el contrato Dreyffus, que gran parte de la prensa llamaba “negociado”. El Senado lo ratificó, pero las heridas y divisiones que se abrieron durante la batalla política marcarían la historia peruana de los próximos diez años.

Las revoluciones del Califa

Los gobiernos de Prado (1872-76) y de Mariano Ignacio Prado (1876-1879) sufrieron los embates de la lucha política, atizada por la grave crisis económica que llevó al Perú al cese de los pagos de su deuda externa y, por tanto, a convertirse en un paria de los acreedores, especialmente europeos y, de ellos, mayoritariamente británicos.

Piérola sería el gran revolucionario de esta etapa que, sin embargo, transcurrió dentro de los marcos de una sistema constitucional, con elecciones y Congreso. El ex ministro de Hacienda, que se fue a Francia acosado por las críticas de sus enemigos políticos, volvió en secreto a Santiago de Chile y, con un reducido grupo de incondicionales, se embarcó en un pequeño barco, el Talismán, donde en alta mar juró como jefe supremo del Perú.

Sin ser detectado por la Marina de Guerra, recorrió la costa peruana hasta Pacasmayo, pero al no ser recibido con entusiasmo se dirigió al sur y desembarcó en Ilo, en noviembre de 1874. Los revolucionarios tomaron Moquegua y planearon extender su acción a Arequipa, pero fuerzas enviadas al mando del general Juan Buendía lo derrotaron en Los Angeles, el 30 de diciembre. Pocos días antes, Piérola se enteró que su buque, el Talismán, había sido capturado por el monitor Huáscar al mando de Miguel Grau.

Antes de sofocar esta rebelión, Pardo debió soportar los ataques de la prensa, siendo famosa la caricatura de La Mascarada, un periódico satírico, donde se le presentó como Julio César antes de ser asesinado en el Senado romano. La cruel ironía de esta caricatura fue que Pardo, una semana después, fue atacado a balazos, en la Plaza Mayor, por el capitán Juan Boza. El mandatario con su bastón enfrentó al criminal y desvió los tiros.

El Huáscar triunfa

en Pacocha

Incansable conspirador, Piérola volvería a tentar el poder a través de una revolución que lo catapultó como una héroe nacional. Esa imagen la ganaría en el combate de Pacocha, el 29 de mayo de 1877, pero meses antes en octubre de 1876, ingreso furtivamente con sus hombres desde Chile.

De Arica pasaría a Moquegua, el 6 de octubre, pero 13 días después, en Yacango, las fuerzas gobiernistas enviadas al mando del coronel La Cotera lo derrotaron y pusieron en fuga rumbo a Bolivia.

Lejos de calmar sus ánimos, la derrota le hizo perfeccionar su accionar revolucionario y así, el 6 de mayo de 1877, los hombres de Piérola tomaron por sorpresa el monitor Huáscar en el Callao y parten al sur, hasta el puerto de Cobija, en Bolivia, donde sube Piérola y se iza una insignia presidencial en la nave.

El gobierno de Prado declaró fuera de la ley al Huáscar y ofreció una recompensa a quienes devolvieran la nave. En sus correrías revolucionarias, el Huáscar intervino a dos embarcaciones mercantes inglesas, que elevaron sus quejas al almirante inglés A. M. Horsey, que se encontraba en el Callao, al mando de la poderosa fragata HMS Shah y la HMS Amethyst.

Al mediodía del 29 de mayo, frente a la punta de Pacocha, Ilo, las dos naves alcanzaron al Huáscar, que estaba al mando del capitán de navío Camilo Carrillo. El almirante inglés disparó un cañonazo de parlamento y envío una embarcación al Huáscar, conminando a la tripulación a entregarse porque toda resistencia era inútil ante el poder formidable de sus naves. A cambio, se les respetaría la vida y serían colocados a salvo en el puerto que decidan.

Piérola, cuyo verbo encendido brillaba en los momentos más dramáticos, rechazó la intimación inglesa. Alberto Ulloa señala que Piérola respondió: “Conteste Ud. al señor almirante que lo envía, que ese pabellón es de nuestra patria, solo podía ser arriado cuando no quedase a bordo de esta nave un solo hombre para sostenerlo; que nada nos importa la superioridad de la fuerza de que nos habla, y que, antes de consentirlo, sepultaremos al Huáscar en el océano…”.

Rodeado de sus hombres, en esa tarde soleada frente a Moquegua, Piérola añadiría que el hecho mismo de la intimación era “una gravísima ofensa a la soberanía del Perú y una transgresión manifiesta de la ley de las naciones” y despidió al emisario, preparándose para la lucha.

Antes de romper fuegos, siempre según Ulloa, el Califa les dijo a sus hombres con voz sonora: “Caballeros, ya la revolución de Piérola ha terminado: ahora no somos sino peruanos a quienes nos ha tocado en suerte defender nuestro pabellón y el de América entera”.

David contra dos Goliat

El combate era desigual desde todo punto de vista. Solo el volumen de las naves lo dice todo: el Huáscar, con dos potentes cañones tenía un peso de 1,300 toneladas, mientras el Shah tenía 6,040 toneladas, 2 cañones de igual potencia que el del Huáscar y otros 24 adicionales. El Amethyst pesaba el doble que el monitor, con 20 veinte cañones de fuego.

Carrillo, atizado por una tripulación tan romántica como arrojada, maniobró con inteligencia durante todo el combate y pudo eludir un torpedo lanzado por el Shah. Durante más de cuatro horas, los oficiales ingleses vieron con sorpresa y estupor los ágiles y temerario movimientos del Huáscar, que cada 20 minutos responde el fuego con sus dos cañones.

Hábilmente, el monitor se colocaba entre el puerto y las naves inglesas, que debían frenar su lluvia de metralla para no alcanzar a la población. A las 5:35 de la tarde, un bombazo del Huáscar daña la mesana del Shah y otro cae en la galera del almirante.

El buque insignia inglés cesa los fuegos a las 5:45 de la tarde. Las cosas no son mejores en el Huáscar, que tiene problemas en los sistemas de conducción del timón. Al caer la tarde, solo el Huáscar se queda, victorioso.

El combate de Pacocha causó sensación no solo en el Perú. Los diarios ingleses dieron gran despliegue a esas horas de lucha entre un pequeño monitor contra dos barcos que los quintuplicaban en poder. Hasta se habló de un consejo de guerra al almirante Horsey.

Piérola desde entonces se perfiló como el gran caudillo peruano. Lamentablemente, sus correrías revolucionarios ahondaron aún más el encono político, se malgastaron recursos y se desvió la atención sobre el expansionismo chileno que, en forma soterrada pero firme y sostenida, penetraba en Antofagasta y Tarapacá. (DAL) 


1 comentario:

  1. Eso era el aventurerismo de un caudillejo como Pierola, que con sus desventuras politicas perjudicó al Pais y como aliado soterrado de los chilenos, catapulto su alta traicion en contra del pais y abono la victoria facil a Chile en la infausta Guerra del Guano y del Salitre.

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