domingo, 8 de noviembre de 2020

La noción de Perú, en los días previos a la emancipación





Acostumbrados como estamos a dos siglos en los cuáles se ha hecho más énfasis en las diferencias que en los temas en común, hemos tendido a pensar cada vez más en pequeño, ya no sólo a nivel nacional, sino regional, local o incluso comarcal. Poco se recuerda que la división original de la América Española – segmentada inicialmente en los dos grandes bloques virreinales de México y Perú, fue divida en el siglo XVIII en unidades más departamentalizadas, propias de la visión afrancesada de los borbones que en la visión de imperio heredada de los Austria.

No cabe duda que existían en ciertas regiones de la vasta américa española identidades en formación, como ocurría con la cuenca del Río Magdalena, núcleo del posterior Virreinato de Nueva Granada o con ciertas zonas periféricas o aisladas, como ocurría con las capitanías de Guatemala y Chile. Que tales identidades propias, como las que pueden existir en todo estado moderno – no sólo aquellos extensos, pueda ser justificante de nacionalidades es un tema de largo (e interminable) debate, pero lo que es cierto es que la delimitación política que nos pilló al momento de la emancipación americana, estaba sustentada más en razones prácticas que en supuestas nacionalidades en gestación. 



Así, no es un secreto que el definitivo Virreinato de Nueva Granda se estableció para frenar la invasión inglesa en el contexto de la Guerra de la Oreja de Jenkins, como el de Buenos Aires para frenar el contrabando que se ejercía desde la Colonia de Sacramento. Poco tenían en común con Buenos Aires el Alto Perú incorporado al segundo, como Panamá, mas conectado al Puerto del Callao que a Bogotá, por solo poner dos ejemplos. 

De este modo, las nacionalidades hispano americanas se crearon desde arriba, en base a divisiones administrativas como lo fueron posteriormente las que llevaron a convertir la circunscripción de cada audiencia -con la única excepción de Cusco, en estados independientes o, peor aún, en base a circunscripciones incluso menores, como la que dio origen a la balcanización de centroamérica.   

Las independencias no han hecho más que incentivar dicho fenómeno que podríamos llamar administrativo – nacional, llevando a discusiones tan absurdas como al origen de tradiciones o alimentos que, hace relativamente poco no tenían fronteras dentro de nuestros territorios, ni tenían por que tenerlas. En el colmo del absurdo, basta leer cualquier libro de historia de cualquier país hispano sudamericano, para advertir sin mucho análisis que todos se declaran perdedores de territorios frente a sus vecinos, ahondando con ello el universo maniqueo donde el otro, ese que se parece tanto a nosotros, en sin embargo el distinto.

Estamos ante identidades construidas par justificar la preeminencia de ciertos grupos por encima de otros. La noción de frontera entre las distintas jurisdicciones de la América Española, no existían como tales hasta el momento anterior a la emancipación. De este modo, podemos entender que el próspero empresario José Gabriel Condorcanqui – más conocido como Túpac Amaru II, iniciase una insurrección que no distinguió entre el Alto y el Bajo Perú y, que incluso, tenía pretensiones hasta Pasto por el norte, tan igual como cuando Juan Pablo Vizcardo y Guzmán, refería a su destinario inglés que todo el Perú “de Quito a Tucumán” se estaba alzando contra la Corona Española, sin distinguir más unidades territoriales que Nueva Granada y el propio Perú.  




Del mismo modo, la insurrección de Mateo Pumacahua -aristócrata de la más rancia nobleza autóctona, no concibió diferencia alguna territorial entre La Paz, Arequipa o Cusco, como Francisco Zela desde Tacna, entendió que su movimiento era parte del iniciado en Buenos Aires, en donde el mismo Ignacio Álvarez Thomas, director de la Junta de Gobierno de la futura República Argentina, era arequipeño, como cuencano, en el actual Ecuador, fue José de La Mar, segundo presidente del novísimo estado Bajo Peruano.  Se olvida muchas veces que Andrés de Santa Cruz antes de obtener la presidencia del Alto Perú convertido en la República de Bolivia, tentó el mismo cargo en el Gobierno de Lima.

La propia autoridad virreinal era partícipe de la misma concepción. La reacción de José Fernando de Abascal llevó a sus ejércitos hasta Quito por el norte y, de no haber sido por la derrota de Pío Tristán por el sur, las habría llevado sin duda alguna hasta el Tucumán inclusive, sin considerar en ningún momento que se estaba cruzando de un país a otro, ni dejar de reasumir las funciones de gobierno que, ante el vacío de otras autoridades administrativas de la monarquía, considera que le correspondían.

No es extraño por ello que el primer congreso del Perú republicano tuviese representación de Guayaquil y la primera constitución hubiese reservado asientos para los representantes del Alto Perú. El propio Bolívar avaló la idea de separar los dos Perú, alto y bajo, pero no de modo permanente, sino como paso intermedio para su incorporación en su Gran Colombia.
 
La Sudamérica Española no se independizó en acto único (como en México con Iturbide y en Brasil con la división de la corona portuguesa), sino de a pocos, carcomiendo la autoridad real de los extremos al centro, de modo tal que las élites de cada pedazo arrancado fueron construyendo rápidamente su propia identidad, primero de modo absolutamente artificiosa o exacerbado, para luego convertirse en una verdad asumida, como ocurre hoy en día. 



Más allá del nombre que se le diese, para quienes vivieron en este lado del mundo a fines del Siglo XVIII y comienzos del XIX no había una frontera entre los territorios de sus delimitaciones territoriales. Es posible incluso que, quienes fomentaran las autonomías de una región con la otra, no fuesen conscientes de lo que estuviesen sembrando a futuro, de sus consecuencias y de todo el dolor y sangre que más temprano o más tarde, terminaron gestando a un lado y otro de su extenso territorio, dejándonos sueltos a merced de quienes vieron más allá del corto plazo, y cercaron con los Estado Unidos de Norteamérica por el norte, y con Brasil por el este.

Marco Martínez. Abogado, egresado de la Pontificia Universidad Católica Del Perú, maestría en derecho constitucional y doctorado en derecho, desempeñándose como profesional independiente y docente universitario. Ha escrito diversos artículos en los temas de su especialidad

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