Cáceres inició su carrera militar a los 19 años, en su natal Ayacucho, y luchó en las batallas más importantes desde el inicio de la guerra
Siempre vencedor, jamás vencido, reza el lema del Ejército de Chile, una fanfarronada, sin duda, porque el general Andrés Avelino Cáceres,
el famoso Brujo de los Andes, los derrotó varias veces, primero en
Tarapacá, y luego en el valle del Mantaro, en los combates de Pucará I y
II, Marcavalle y Concepción, sin contar otras heroicas acciones durante
la infausta Guerra del Pacífico.
Cáceres fue el símbolo
y el motor de la resistencia peruana, el jefe incansable que, con una
herida de bala en la pierna, abandonó su refugio en un templo limeño y
se fue aún convaleciente a la sierra, con la sagrada misión de organizar
la resistencia de la patria al ser invadida Lima por el ejército
chileno.
Pero la historia
militar de Cáceres no empieza en esos luctuosos días de 1881. El bravo
soldado nacido en Ayacucho, en 1833, fue desde sus años mozos un elegido
por Marte, el dios de la guerra. Según el mismo lo reveló en su
ancianidad, el propio Mariscal Castilla le vaticinó una exitosa carrera
con las armas.
“En 1854,
acababa de estallar la revolución contra Echenique, provocada por los
escándalos de la corrupción del guano. De todos los rincones del país,
se sumaban las adhesiones. En Ayacucho, mi tierra natal, don Ángel
Cavero, uno de los vecinos del lugar, encabezó el movimiento rodeado de
simpatía popular. Muchos jóvenes nos presentamos voluntarios a filas”,
reveló al diario La Crónica en la entrevista que le hicieron el 27 de
noviembre de 1921, por el 42 aniversario de la Batalla de Tarapacá.
Los inicios
“Yo contaba 19
años –prosigue su relato-, estudiaba en la universidad de Huamanga y
era de los más entusiastas. Nos apoderamos de la gendarmería. Luego
llegó el ejército rebelde, en donde terminé de enrolarme. Entonces el
general Castilla, a quien sin duda caí en gracia, me llamó a su
despacho y me dijo: “¿Quieres seguir la carrera?”, “Sí, señor, es mi mayor deseo”, le contesté con aplomo. Entonces, me respondió, palmeándome la espalda, “serás un buen guerrero”.
Y sí que fue un
combatiente excepcional, resuelto y valiente, siempre bajo las banderas
revolucionarias de Castilla, con quien tuvo su bautizo de fuego en la
Batalla de Las Palmas contra Echenique, a los pocos meses de enrolarse.
Luego participó en las
tres batallas de la guerra civil contra Ignacio de Vivanco entre
1856-58 y que culminó con el cerco y la toma de Arequipa, entre el 6 y 7
de marzo de 1858, ganándose el ascenso a capitán.
Durante los combates
casa por casa que se realizaron en Arequipa, el teniente Cáceres
participó con arrojo y denuedo hasta que un balazo le hirió en el
rostro, en la parte baja del ojo derecho, felizmente sin comprometerle
la visión, pero dejándole una marca visible que le daba apariencia de
ser tuerto.
Al iniciarse el
conflicto con el Ecuador al año siguiente, porque el país norteño había
vendido a acreedores europeos una extensa porción de territorio peruano,
Cáceres fue uno de los primeros en ser enviado al frente de batalla y
que culminaría con la ocupación militar peruana de Guayaquil, en 1860.
Al inicio del gobierno
del general Antonio de Pezet, fue enviado como adjunto de la legación
peruana en Francia, que estaba al mando de Pedro Gálvez Egúsquiza. En la
Ciudad Luz se sometería a tratamiento médico para la cicatrización de
su herida en el rostro.
Al retornar a Lima, en
1862, el alto mando del Ejército lo envió como integrante del staff de
jefes del Batallón Pichincha, que tenía su sede en Huancayo.
Cáceres, que hablaba
perfectamente el quechua y se identificaba plenamente con la población
rural andina, se encargó exitosamente de reclutar, disciplinar y dirigir
soldados enrolados de las comunidades indígenas, una práctica que
veinte años después volvería a realizar para levantar un nuevo ejército
para luchar contra el invasor chileno en 1882.
La amenaza española
Al mando del Batallón
Pichincha, Cáceres volvió a Lima y se ganó un nuevo ascenso, en 1863,
cuando le dieron los galones de sargento mayor, cargo que hoy sería el
de mayor.
Ese año, la soberanía e
independencia del Perú volvería a estar en peligro, esta vez por la
amenaza de la mal llamada Expedición Científica enviada por España a
bordo de poderosos buques de guerra y que, con pretextos fútiles, se
hizo del dominio de las islas Chincha y exigió el pago de millonarias
reparaciones por supuestas deudas que se remontaban a los años de la
independencia.
Pezet cometió el error
de suscribir el Tratado Vivanco-Pareja, por el cual el Perú aceptaba
las exigencias de España. Apenas conocido el alcance del Tratado, una
ola de repudio se extendió por todo el país y el impetuoso oficial
Cáceres hizo público su rechazo al gobierno.
Por su férrea
oposición, junto a otros militares y civiles, fue expulsado a Chile,
pero pronto se uniría la revolución que encabezaría en Arequipa el
coronel Mariano Ignacio Prado y que expulsaría del poder a Pezet. Poco
después, con apoyo de Chile, Ecuador y Bolivia, el Perú le declaró la
guerra a España.
Este conflicto tuvo su
punto culminante en el Combate del Dos de Mayo de 1866, en el que
Cáceres participó al mando de 76 hombres en el fuerte Ayacucho, desde
donde cañoneo e hizo disparos de fusilería contra las naves españolas
Villa de Madrid y Berenguela.
En el parte de guerra
que se hizo tras finalizar el combate, el coronel José Joaquín Inclán,
jefe de las baterías del Norte en el Callao, destacó el esfuerzo del
oficial Cáceres, a quien calificó como un militar “resuelto y decidido”.
Agro y matrimonio
En 1868, el recio
soldado decidió volver a Ayacucho y dejar el rudo servicio de las armas
para coger el arado y cosechar la tierra. Es por esos años que, ya con
el rango de teniente coronel conoce a la joven iqueña Antonia Moreno
Leyva, con quien contrae matrimonio en 1870 y son padres de tres hijas:
Aurora (con los años escritora), Rosa Amelia y Lucila Hortensia Cáceres Moreno.
La paz del agro
ayacuchano y las mieles del matrimonio, sin embargo, no apartarían
definitivamente a Cáceres de su vocación militar, pues retornaría al
servicio activo en 1872.
Aunque militar, como
Grau, Cáceres era respetuoso de la constitucionalidad y sería uno de los
opositores al sangriento golpe de estado de los hermanos Gutiérrez
contra el presidente Jos;e Balta, al que asesinaron. En esos luctuosos
dias se volvería un decidido partidario del presidente recién electo,
Manuel Pardo, y cuyo ascenso al poder se trató de impedir con el golpe
de estado.
Grau y la Marina
tampoco apoyaron la revolución de los Gutiérrez y el pueblo limeño
lincharía y quemaría los cadáveres de tres de los cuatro hermanos que
trataban de mantener el predominio de los militares en la conducción del
país.
Superada esta
traumática página de la historia peruana, Cáceres reiniciaría entonces
su carrera castrense y pronto se haría famoso demostrando su temple y
bravura a balazo limpio.
Contra Pezet y España
El presidente Juan Antonio Pezet ordenó la compra del Huáscar, la
Independencia y las corbetas La Unión y América, además de enviar al
coronel Francisco Bolognesi a comprar cañones para afrontar la amenaza
de la flota española. Lamentablemente suscribió el Tratado Vivanco-
Pareja, aceptando las humillantes condiciones impuestas por España.
Cáceres volvería de Chile para unirse a los revolucionarios que, bajo el
mando de Prado, derrocaron a Pezet y luego derrotaron a la flota
española el Dos de Mayo de 1866.
Era alto y robusto, de aspecto imponente
El historiador Jorge Basadre, en su Historia de la República, da la siguiente descripción del famoso Brujo de los Andes: “Cáceres
era alto, delgado, ancho de hombros, de aspecto imponente, de rostro
enjuto y blanco, ojos grises y casi negros y una permanente cicatriz en
el párpado derecho, cabello castaño, largo, poblado y entrecano y
espesas patillas “a la austriaca”, pues se afeitaba la
barba desde el labio inferior hasta la garganta. Para la guerra en el
interior tenía extraordinarias condiciones. Su salud robusta, lograba
soportar las incesantes marchas a través de largas distancias por
cordilleras, desiertos, quebradas y barrancos, así como las peores
privaciones, y por ella llegó a veces a alimentarse con la más extrema
frugalidad. Incansable en su actividad, valiente en la lucha, eficaz en
el comando, tenaz ante el infortunio, luchó con los chilenos y también
con la escasez de recursos, con los rigores de la naturaleza, con la
saña de las facciones políticas, no sólo en guerra declarada como
primero ocurriera con tropas de García Calderón, luego de Piérola, y por
último, de Iglesias, sino también en hostilidad aleve, como en el caso
de los políticos de Arequipa. Conocía el idioma indígena y con él sabía
inspirar devoción y coraje a sus soldados. Solían llevar ellos los
sombreros o kepis con funda encarnada y cubrenuca blanca, origen del
famoso kepí rojo, más tarde cantado por el poeta Ricardo Rossel.”
La palabra de Castilla
El joven Andrés
Avelino Cáceres se enroló en 1854, para combatir en las filas liberales
de Castilla contra el presidente Rufino Echenique, cuyo gobierno era
repudiado por el despilfarro y la corrupción con los recursos públicos.
Castilla, con su
peculiar estilo, le vaticinaría un carrera militar exitosa, como
recordaría el propio Cáceres en su ancianidad. Echenique sería derrotado
en la sangrienta Batalla de Las Palmas, el bautizo de fuego del futuro
Brujo de los Andes.
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