miércoles, 13 de marzo de 2013

“Manco Inca, Cahuide y Vilcabamba”


 La crónica de la rebeldía indígena de 1533 hasta el siglo XX (IV)

Setiembre de 1533. Un Imperio había iniciado su desaparición y otro, infame, se iniciaba: el imperio de la crueldad, la explotación, el genocidio y el miedo.
Francisco Pizarro no podía contener el temblor en las piernas ante el asesinato de Atahualpa y la futura reacción de los “hatun runas” (el pueblo del Imperio), furiosos ante el regicidio.
El criador de chanchos se acercó al cadáver del Inca, le arrancó la “Mascaipacha”, símbolo del poder imperial como una especie de corona, que en sí era una vincha y se la encajó al infeliz de Túpac Huallpa, tristemente conocido como “Toparpa”, sumiso hermano menor de Huáscar.
El cabecilla de los españoles era cobarde pero no tonto, queriendo con este acto amainar las iras populares porque reponía lo que había quitado: un Inca.
Su hermano, Hernando Pizarro, mientras tanto le cansaba hablando de una valle ideal para asentar la primera colonia española de importancia en Jauja. Las razones propias de la alimaña era estar cerca al oro y cerca al mar para escapar con él en caso de ponerse feas las cosas. 

En casi un mes, tras pasar por Huamachuco (La Libertad) y el Callejón de Huaylas (Áncash), tuvieron que recalar en Cajatambo, en el Norte de la hoy provincia de Lima. Allí se realizó la primera muestra resistencia indígena, pues los “hatunrunas” comandados por el curaca Calcuchímac, improvisaron una artillería de piedras, las cuales certeras rompían crismas de un lado a otro de las tropas invasoras. 

Calcuchímac 

Calcuchímac no atacaba frontalmente, sino por los flancos, diezmando por las costillas a la bestia que sudando frío, pudo llegar a Tarma (Junín), faltándole sólo 120 km para llegar a Jauja. Llegaron el 14 de octubre de 1533.
Pizarro con su mascota Toparpa, dejó un alcalde, cabildantes y regidores además de un teniente gobernador. Y, por supuesto, 800 soldados se quedaron como guarnición. Infectado de codicia, Pizarro estaba obsesionado con el Cusco, el cual prometía nadar en oro, plata y más de todo lo que valiera millones en Europa.
A finales de octubre, con caballos, ejército, se lanzó a la capital del Imperio.
De nuevo, hecho un manojo de nervios, Pizarro mandó a su capitán De Soto comandar una patrulla de avance para evitar sorpresas. En Vilcashuamán (Ayacucho), de Soto encontró una un chubasco de piedras lanzadas por miles de hondas y sus caballos eran tumbados a mazazos (maderos con piedras incrustadas y afiladas) y luego aplastaban los cráneos de los jinetes. 

Entre los muertos estuvo Toparpa. Los amantes de España en el Perú lo califican de salvajada, pero la mita, el genocidio de los naturales, prefieren dedicarle un párrafo benevolente y citar a Bartolomé de las Casas, cura y luchador solitario del derecho a vivir del indio.
El ataque fue tan fiero, que De Soto como zorrino, tuvo que esconderse en una quebrada, de donde sólo salió hasta que llegó Almagro con refuerzos.
Los indios fueron abatidos por superioridad numérica y Calcuchímac quemado vivo.

Cusco, “ciudad abierta” 

La nobleza cusqueña, aburguesada por el lujo y la comodidad, al saber de la muerte de Calcuchímac, seminoble como si fuera un animal, mojaron la cama y decidieron no oponer resistencia y considerar al Cusco “ciudad abierta”.
Pizarro y sus compinches ingresaron a la Ciudad Imperial el 15 de noviembre de 1533, pero encontraron palacios y tambos (almacenes) hechos cenizas.
En ese momento, las sombras que propicia siempre la Historia no explica por qué el hijo del Huayna Cápac, Manco Inca I, se presentó en paz ante Pizarro para solicitarle protección. Se le dijo servil, oportunista, pero otros lo catalogan de astuto, pues presentarse arma en mano era muerte segura para el único descendiente del linaje real de los Incas.

Manco Inca 

Manco Inca parece, según los indicios lógicos de los hechos y no de copistas de crónicas españolas, que se contentan con decir que Manco Inca se aburrió de los españoles y se fue como si fuera una animalito arisco, se dedicó a estudiar la idiosincrasia y la manera de pensar del enemigo, luego sus estrategias, posteriormente las constantes de sus ejercicios militares.
En eso estaba empeñado cuando los españoles comenzaron a hacer cuentas empezaron a cerrar caja como lo que eran: asaltantes. Se juntaron en una mesa y depositaron todas las riquezas hasta ese momento hurtada.
Salivaban la mesa al ver que llegaban al millón de pesos de oro y un cuarto de millón de plata. Tras llenar sus bolsillos, el cuidador de chiqueros hizo lo de rutina (cosas simples nada más, al alcance de su calidad intelectual): fundar la ciudad, darle nombre, nombrar cabildantes, alcalde y teniente gobernador y, dedicado a su aburrida tarea burocrática, le llega de España su nombramiento como Gobernador del Perú y Capitán General de la Nueva Castilla (rebautizado nombre del Imperio del Tahuantinsuyo).
En 1534 a los puertos fluviales de Sevilla empezaron a llegar los barcos con entregas a las Cajas Reales de la Corona, la cual desde 1503 hasta 1530 recibió del saqueo de América sólo 1 millón de pesos de oro. Pero después, de 1531 a 1535 se les vino como maná sangriento 2 millones de pesos de oro y a 1540 ya había superado los 4 millones. Lo que recibieron en 27 años, lo cuadruplicaron en 9 años. 

La jura de Calca 

Manco Inca seguía su papel en ese montaje, hasta que consiguió su objetivo: le ciñeron la “mascaipacha” y era oficialmente el último Inca y en marzo de 1536, completó esa etapa de sus objetivos y engañando a los españoles diciendo que iría a combatir a un curaca rebelde al rey de España, le dejaron salir del Cusco con una pequeña tropa de los suyos.
Se fue al norte 50 km, llegando a Calca, donde se encontró con sus generales leales e hizo con ellos un juramento: luchar hasta la muerte por echar a los españoles y restituir el Imperio. Reorganizó el ejército y el Incario de cenizas mutaba en Ave Fénix.
El retumbar de miles de soldados imperiales para recuperar lo suyo, removió el suelo de la Ciudad Imperial y los españoles se hicieron encima. Aterrados mandaron a correos a caballo a Lima para pedir ayuda a Pizarro que estaba en la futura capital del país, a la que acababa de fundar en 1535. 

El Ejército Inca se acantonó en la Fortaleza de Sacsayhuamán, a sólo 2 km al norte del Cusco, para luego sitiar la Capital capturada por 200 bandidos europeos.
La flama encendida por Manco Inca prendió las llanuras, sierras y quebradas de casi todo el Tahuantinsuyo. La dignidad volvía tras ser atropellada por una piara de cerdos. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Un chat amigo