miércoles, 13 de marzo de 2013

Prisión, juicio y muerte de un Inca


La crónica de la rebeldía indígena de 1533 hasta el siglo XX (III)
Por: Pedro José Cama

El poeta español (1562-1633) perteneciente al “Siglo de Oro” de la lírica española sacaba verso a verso las entrañas tiznadas de vileza del español aventurero y cazafortunas que invadió América en el Siglo XVI.
Tras la masacre de Cajamarca, la cual historiadores peruanos intentaron minimizar reduciendo el saldo mortal a 2,800 seres humanos, cuando cronistas de la época hablan de 7 a 8 mil indios, la realidad aún más sombría es que un grupo de facinerosos tenían preso al Inca.
Mientras tanto, la soldadesca española recorría el territorio buscando más riquezas. “Sí, este oro comemos”, le decían a los nativos que consideraban dicho mineral sino como adorno de templos, palacios y autoridades imperiales.
Los indios le daban granos de oro a los malhechores pensando que tenían hambre.

La repartija 

Después de cenar con Pizarro y De Soto, Atahualpa miró al criador de chanchos y sin mediar explicación mayor ofreció llenarle una estancia de oro si lo dejaban libre. La saliva descendía por la comisura de los labios del extremeño de 54 años. “Te perdonaríamos la vida y te dejaríamos ir”, se comprometió Pizarro González.
Fijan los historiadores en seis meses lo que demoró Atahualpa en reunir la cantidad de oro que logró llenar la estancia. Oro por libertad. Ingenuo emperador.
En ese lapso, Hernando Pizarro saqueó Pachacámac (Lima); Moguer y Zárate salieron al Cusco ya en febrero de 1533.
Entonces, llegó Diego de Almagro Gutiérrez, también hijo de una violación como Pizarro, cuya contrata obligaba a sus socios a esperarlo para repartir el botín del robo. Era el 14 de abril de 1533 cuando los ladrones se sentaron en una mesa y empezaron a repartirse lo hurtado: 1 millón 326 mil 539 castellanos de oro y unos 50 mil marcos de plata.
Pizarro se embolsicó 57 mil castellanos de oro; Almagro, 31 mil y el metal fue llegando de mano en mano entre oficiales y tropa. Al rey forzosamente 263 mil castellanos de oro los cuales fueron al instante cogidos por los funcionarios reales.

La explotación del Perú por una España en formación y sin peso en Europa, comenzó con esa repartija de bandoleros.
De Soto, los funcionarios del rey y 25 soldados regresaron a España a darle al monarca Carlos I su parte.

Estafado Atahualpa, quien había cumplido con pagar su libertad, exigió su liberación tan insistentemente que colmaron la paciencia de Pizarro, quien con la conciencia más negra que la noche y sucia como fango que pisaba cuando vareaba a los chanchos.
O lo llevaba a España como atractivo o lo tenía como rehén en preciso instante que se da a conocer cómo fue la muerte de su hermano Huáscar. “Una vez derrotado el ejército cusqueño, Huáscar fue conducido descalzo y atado del cuello hasta donde se encontraba Atahualpa.
“Sin embargo antes de que se encontraran, Huáscar fue ejecutado por miembros de su séquito en Andamarca (Lucanas, Ayacucho). Sus restos fueron arrojados al río Yanamayo.
La excusa calzó preciso en el zapato de la sentencia de muerte del Inca. Atahualpa tenía la suerte echada. No sólo lo habían estafado sino que moriría quemado vivo. 

Los tinterillos españoles construyeron una sentencia penal: El Inca ordenó la muerte de su hermano Huáscar, de lo cual no había pruebas. La segunda acusación fue el haber organizado una contraofensiva contra los invasores, lo cual fue desmentido por el mismo Hernando de Soto, quien al volver de Huamachuco dijo que reinaba la paz entre los naturales.

No podía estar vivo

El hecho era que no podía salir vivo el líder de un Imperio por conquistar, con mando de ejércitos diez veces superior al español.
Se corrió la voz que el ejército imperial iba camino a Cajamarca a rescatar a su Inca y el miedo hizo apresurar las cosas y tras un juicio sumario, Atahualpa, el hijo del Sol, era condenado a muerte en la hoguera.
El 29 de agosto de 1533 “perdida toda esperanza, recobró el Inca su normal tranquilidad y miró inevitable la muerte como solían mirar los guerreros del Nuevo Mundo.
“Antes de consumarse la condena, Atahualpa aceptó bautizarse para que le cambien la pena y no convertirse en cenizas, pues esto le imposibilitaba convertirse en mallqui (momia sagrada), y significaba morir definitivamente. 

“El fraile Valverde lo bautizó en el acto con el nombre de Francisco, en honor a su padrino, el jefe de los invasores.
“Luego de la ceremonia el Inca fue estrangulado y su cuerpo enterrado en la capilla de Cajamarca. Los españoles reconocieron como nuevo soberano a un joven noble huascarista llamado Túpac Huallpa, para avanzar junto a él rumbo a la capital del rico Tahuantinsuyo, el Cusco” (William Robertson. “Historia de América”. 1958)
Un postigo, un torniquete y un cuello quebrado terminó con todo rastro de lo que fuera una de las tres civilizaciones americanas más grandes de la era precolombina.
El 30 de agosto de 1533, las hermanas y collas de Atahualpa invadieron uno de los palacios imperiales ya convertido en iglesia, para llorar a su Inca y terminaron suicidándose para irse con él.

“Inkarri”

Ya en 1534 se escuchaba triste en los indios un canto funerario:
“Amortaja a Atahualpa/su amada cabeza ya la envuelve/el horrendo enemigo”
Se inicia entonces el mito mezclado con el religioso misterio católico del regreso del Mesías.
Los indios lo utilizaron como fachada para dar comienzo a la esperanza del “Inkarri”, dividida en tres épocas: anterior a los españoles (El Padre); después con el inicio de las encomiendas, la mita, el yaconaje y la esclavitud (El Hijo), es decir, el sufrir como Cristo en la cruz y la tercera, (Espíritu Santo) significaba volver el mundo a su lugar, ya no de cabeza como estaba. El “Pachakuti”.
El mito, según Alberto Flores Galindo, se convertía en utopía. La rebeldía comenzaba su atropellado camino contra el invasor que llevó en su primer intento liberador a gestar la primera batalla declarada por Manco Inca en 1536 y que duraría 36 años.
La utopía estuvo a un palmo de hacerse realidad.


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